“Correré la suerte que corran los soldados. Ellos hacen su trabajo; yo, el mío”. Emilio Morenatti le explicaba en esos términos al periodista Pedro Ingelmo el tipo de misión que iba a emprender en cuanto volviera a sus menesteres profesionales. Había hecho un paréntesis para presentar en Cádiz la muestra fotográfica Violencia de género, fotografías de mujeres paquistaníes de rostros deformados por el ácido que expuso en el castillo de Santa Catalina.
El riesgo que corren esas afganas amortiza los riesgos del oficio, pensará en su fuero interno este fotógrafo, que recorrió miles de kilómetros para encontrar a unas mujeres machacadas por el horror y empleadas por una ONG en salones de belleza. “Te va a gustar. Es la historia de un periodista ético”, me dijo mi amigo el dentista José María Llamas cuando antes del chaparrón literario me recomendó Los hombres que no amaban a las mujeres, la primera entrega de Stieg Larsson, que no amortizó como escritor las penalidades que vivió como corresponsal de guerra.
Emilio Morenatti es un fotógrafo ético y no concibe el oficio sin ese punto de compromiso. Hijo de policía, heredó de su padre esa vocación itinerante. Por eso nació en Zaragoza y su hermano Miguel Ángel, también fotógrafo, vino al mundo en Rentería, que en tiempos fue un castizo Afganistán con chacolí e ikastolas. Ahora se juntarán los dos en un hospital de Dubai, donde el fotógrafo fue trasladado desde el hospital de la base americana de Kandahar.
Anteanoche pusieron en la 2 El gran combate, la epopeya cheyenne de John Ford. En ese western uno de los personajes dice una frase conmovedora: “Hay hombres que son peores que la guerra”. Por eso a gente como Emilio no le asustan las guerras, le asustan esos hombres que mutilan, que ciegan, que silencian. Un compañero de periódico ha empezado a leer la joya de Conrad. Emilio Morenatti se fue al corazón de las tinieblas, tal vez hastiado de las tinieblas del corazón de una vida regalada en la que el espanto se cuela en los telediarios como un asunto lejano, ajeno, estratosférico.
Afganistán está considerado el undécimo país más peligroso para los periodistas. 18 reporteros han fallecido entre 1992 y 2008. La primera de esas fechas le cogió a Emilio Morenatti cubriendo la Expo 92 en Sevilla. Cubrió elecciones, huelgas, jornaleros del SOC y mineros de Aznalcóllar. Fue a los Juegos Olímpicos de Sidney, donde la única arma permitida es la jabalina. Fotografió a la Paquera y a la Niña Pastori, a Ronaldo y a Patrick Kluivert. Le coge postrado el estreno del Xerez en Primera. La ciudad donde creció y donde tal vez aprendió a cultivar su teoría
del fotógrafo reincidente: “Voy dos veces a los sitios”, le decía a Pedro Ingelmo, “una a asegurar y otra a buscar la mejor luz. Pero no es ningún esfuerzo. Soy feliz con ello. Siento que voy de paso y aprovecho lo que tengo”.
En el argot, Morenatti se empotró con las patrullas americanas. “Empotrarse es meterse dentro del operativo”, explica Fernando Ruso, fotógrafo y amigo del delegado en Pakistán de Associated Press. ¿De Jerez a Sanlúcar o a El Puerto? Nada de eso. De Pakistán a Afganistán. Los fotógrafos son los historiadores de nuestros días. El reportero que captó al Papa Clemente en la Maestranza y a Monseñor Amigo cuando fue nombrado cardenal por Juan Pablo II es de los que piensan que hace falta creer para ver. Hay hombres peores que las guerras en el credo cheyenne. Y la falta de ética provoca más bajas que los conflictos bélicos. No te matan, pero dejas de ser periodista.
La noticia de la enésima explosión en Afganistán habrá llegado a una playa malagueña donde veranea Pepe, uno de los soldados de la unidad de helicópteros del Copero que volvió recientemente de la base de Herat, la misma en la que este militar se encontraba hace cuatro años cuando el 16 de agosto de 2005, aniversario de la muerte de Elvis, un accidente acabó con la vida de los diecisiete soldados españoles que viajaban en un helicóptero. Emilio viajaba para ser testigo de las elecciones afganas que tendrán lugar el 20 de agosto. Un proceso por cuya limpieza velan esos militares que se juegan la vida y también van de paso, como el fotógrafo jerezano.
Lo suyo es estar entre bastidores, como los coreógrafos, los guionistas y los millones de seres anónimos que luchan día a día por un mundo mejor. No le gusta
que le descubran, cazador cazado. Gajes del oficio. El mal no quiere testigos. Morenatti iba con Estados Unidos, que ya no gana ninguna guerra. Le ganó a la selección española en Suráfrica, con el otro Morenatti calentando en la banda. Un día antes de que muriera Michael Jackson, efímero yerno de Elvis Presley.
que le descubran, cazador cazado. Gajes del oficio. El mal no quiere testigos. Morenatti iba con Estados Unidos, que ya no gana ninguna guerra. Le ganó a la selección española en Suráfrica, con el otro Morenatti calentando en la banda. Un día antes de que muriera Michael Jackson, efímero yerno de Elvis Presley.